martes, 24 de enero de 2012

LA BUENA EDUCACIÓN

La libertad de una persona acaba donde empieza la de otra. Todo el mundo tiene claro que si yo tengo ganas de clavarle un hierro oxidado en el ojo de un transeúnte choco con su derecho a no sentir ese dolor. Hay otros ejemplos obvios, como no ser violado, asesinado o que tus pulmones no sean intoxicados con substancias cancerígenas provenientes de cigarrillo ajeno. Cualquier agresión contra tu persona que merme tu salud o te provoque dolor, lesión, infección, intoxicación o muerte es injustificable. Nadie lo discute.

En otros casos la frontera es más difusa. Algo que molesta. Es subjetivo y depende del umbral de tolerancia de cada uno. Por ejemplo el ruido. Hay ruidos insoportables para todo el mundo (que no sea sordo). Y a la vez hay personas que sufren con ruidos estadísticamente calificables como leves. Todos están en su derecho y depende de  la sensibilidad auditiva de cada uno. Es muy difícil establecer una frontera en decibelios para marcar algo tan subjetivo. Yo en caso de duda siempre soy partidario de favorecer al silencioso porque creo que la contaminación acústica está infravalorada, pero no voy a extenderme en algo que depende de cada caso particular.

Existe un tercer nivel. Lo que se considera como mala educación. Desde mi punto de vista absurdidades culturales que se han transmitido generación a generación y han evolucionado hasta la actualidad porque nadie se ha planteado el por qué. Su inconsistencia se evidencia porque son muy variables en distintos lugares de la Tierra. Lo que es reprochable en Suiza tal vez no lo sea en la India.

Hablo de aquellas cosas que molestan porque nos han enseñado desde pequeños que eso molesta. Los ejemplos son innumerables. Si voy a un restaurante a comer y rebaño el plato con la lengua probablemente no se considere una muestra de reconocimiento hacia el chef (y lo sería). Lo de quitarse los zapatos es un mundo aparte. ¿Por qué hay que esperar a estar solo para andar descalzo por la oficina?. Sorber la sopa ruidosamente no revienta los tímpanos a nadie. La tortilla la corto como quiero, si me apetece uso un hacha. El muestrario es extenso. Pies encima de la mesa, palillos en la boca, uso de los cubiertos, etiqueta en la mesa,...

Pero hay otras todavía más absurdas. Hablo obviamente de pedos, eructos y bostezos sonoros. Son necesidades tan nobles como comer o respirar. El cuerpo ha diseñado unos mecanismos para evacuar el aire sobrante del cuerpo. Tirarse un pedo ruidoso está mal visto en Occidente. ¿Por qué? Su hedor apenas dura unos segundos. Y su contención puede acarrear unos dolores de intestinos terribles. Va contra natura. Nadie se escandaliza por ver eructar a un bebé. Al contrario, lo fomentan y se alegran. Pero a partir de una edad ya no se permite. Hay que disimular. Reprimir.

Lo de mear y cagar (que podría ser tan social y normalizado como comer y beber) está mejor visto, y como genera un residuo se establecen lugares privados para ello. ¿Huele mal? Es cultural. Mi perro se hartaba de oler excrementos de otros canes o entrepiernas humanas porque ello le daba información (supongo, nunca le pregunté). Su olfato estaba mucho más desarrollado como para ofenderse, pero nadie le enseñó que ese olor era malo. (También rebañaba el plato con la lengua).

En los pedos y eructos hay que disimular. ¿Por qué? ¿Por qué no me puedo tirar un santo cuesco en una entrevista de trabajo si tengo ganas? (pregunta retórica, sé la respuesta perfectamente). En cambio sí que puedo toser o estornudar. El aparato respiratorio tiene mejor prensa que el aparato digestivo. Su funcionamiento natural está mejor considerado. Pero ambos son imprescindibles para sobrevivir.

Todavía recuerdo con nostalgia aquellos días en la oficina. Si me quedaba solo en el ascensor intentaba soltar un pedo al bajarme, justo antes de que se cerraran las puertas detrás de mí... "Ahí os lo dejo" pensaba con orgullo.


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