jueves, 23 de febrero de 2012

EL QUERCUSCIDIO

Hace un par de semanas publiqué un artículo titulado Los Árboles. Lo escribí en el momento de inspiración, pero yo ya hacía algún tiempo que había plantado bellotas en macetas, y algunas ya asomaban en germinación.

Publicar ese artículo me dio la oportunidad de rescatar viejas fotografías. En la que colgué aparezco con mi perro (en paz descanse) y se ve un círculo de piedras que puse para identificar el árbol. Al poco de escribirlo volví a esa montaña, y gracias a la fotografía me orienté, y encontré las piedras. El árbol murió en un incendio, pero las piedras, 20 años después, estaban exactamente en la misma posición que las dejé. Ha llovido, ha nevado, esa zona se quemó un par de veces, ha pasado gente, animales, y las piedras no se han movido.

Limpié los arbustos de dentro del círculo, planté el primer árbol de la nueva generación y lo regué. Era diminuto, medio centímetro, pero no me gusta dejarlos mucho tiempo en macetas porque las raíces se enroscan en el fondo y pierden fuerza.

Hoy, dos semanas después, cargado con una garrafa de 5 litros en la mochila lo he ido a regar. Lo planté en un lugar recóndito y de difícil acceso. Pero no lo suficiente. Me he encontrado la tierra removida, la semilla no estaba, el círculo de piedras desparramado y pisadas humanas alrededor. En 20 años las piedras no se movieron, y en dos semanas alguien me ha vuelto a asesinar el bonsái.

Yo tengo un principio. Cultivar y trasplantar los árboles me supone un tiempo y un requerimiento físico importantes. Sé que en cualquier momento me puedo encontrar los árboles muertos (por causas naturales o artificiales), por tanto la prioridad no es el objetivo (que los árboles sobrevivan) sino el proceso (que yo disfrute plantándolos y en cada minuto de todas las excursiones para visitarlos y regarlos). Y así lo hago. Por tanto el goce, el ejercicio, el contacto con la Naturaleza, el aire puro, y la ilusión están blindados. Nadie me los puede arrebatar.

Pero ver el quercuscidio me ha entristecido. Aprovecho para apostillar que la palabra quercuscidio me la acabo de inventar. Se define como una de las acciones más bajas que puede realizar un ser humano, asesinar gratuitamente a un árbol, en este caso de la familia Quercus (robles, encinas, alcornoques, etc...). Voy a intentar usarla en futuras publicaciones, aunque no venga a cuento, a ver si difundo la palabra y conciencio para que no sea necesario usarla nunca.

He regado igualmente el lugar porque la garrafilla ya pesaba, y me he sentado pensativo. Se me ha pasado por la cabeza poner una nota del estilo "Respeta mi árbol y yo respetaré tu vida". Pero no lo he hecho porque es una batalla perdida. Y porque no es mi árbol. Los árboles no pertenecen a nadie. Y también porque aunque me encontrara al capullín en pleno quercuscidio probablemente tampoco lo mataría.

Pero he pensado. Yo soy de los que creen que las cosas no pasan por casualidad, que siempre hay una lección o un efecto positivo que se puede sacar de cada acontecimiento. Sea el que sea. Incluso de un quercuscidio. Inicialmente no lo he encontrado, así que me he hecho unas preguntas.

¿Quién? Desde luego no era un amante de la Naturaleza, nadie que lo sea comete quercuscidios. Tal vez un cazador o un silvestrista que no les gustó lo que opiné sobre ellos en mi blog. Pero eso es casi imposible. De acuerdo con las estadísticas, prácticamente nadie se lee mi blog, y los pocos que lo hacen están en Rusia (cosa que tampoco acabo de entender pero les mando un afectuoso abrazo). Pero alguien que odia la Naturaleza no se pasea por lugares tan recónditos e inaccesibles... lo que me lleva a la siguiente pregunta.

¿Por qué ha ocurrido? He pensado que podría ser un mensaje del Universo para que no pierda el tiempo en chorradas y detalles y enfoque de una vez mi vida hacia los designios más elevados que tiene guardados para mí. Pero esto no me cuadra con lo que disfruto en cada excursión. Cuando algo te apasiona, cuando lo haces desde el corazón, cuando escuchas a tu Alma, quiere decir que vas por el buen camino. Y el Universo nunca te aparta de lo que te dicta tu interior.

¿Cuál es el móvil del quercuscida? (me refiero a su motivación, no a su número de teléfono). Está claro que no iba a por el árbol. No alcanzaba el medio centímetro, el bosque está lleno de matojos y ni buscándolo lo habría encontrado. Pero las piedras lo delataron. Demasiado bien puestas. Se notaba que la mano del hombre estaba detrás. El quercuscida no persigue matar al árbol. Su objetivo es el ser humano que lo planta. Le da placer imaginarse la cara que pondrá cuando vea como en unos segundos él, poderoso, destruye lo que al otro le ha costado años conseguir.

¿Por qué puse las piedras? En principio para recordar dónde estaba, para que no fuera pisado por error y porque si alguien lo encontraba viera que estaba plantado por un humano y se pudiera contagiar de impulsos medioambientalmente favorables (como me pasó a mí, cuando era pequeño, que en una excursión encontré un hombre repoblando y ello despertó mi afición). Pero tal vez hubo algo de ego, para que la gente pensara lo fuerte que estaba porque podía levantar piedras que mucha gente es incapaz de mover.

La experiencia me demuestra que es más probable un quercuscidio a que los pisen por error. Que ya conozco el territorio de sobras como para no necesitar identificarlos con piedras para encontrarlos. Y que mi ego y mi espalda ya no son lo que eran. Por tanto, la lección que saco es que debo replantear la estrategia.

A partir de ahora la mejor defensa para los bonsáis será su discreción. Cuanto menos se note que los ha plantado un humano mejor. Nada de piedras, nada de cercos para recoger el agua, nada que destaque o pueda atraer la atención de un quercuscida. Nadie los verá y pensará en mí. En el que los ha plantado. Nadie sabrá dónde están. Y si los pierdo dependerán de ellos mismos para sobrevivir. No me necesitan. Nunca lo han hecho. Por eso es tan importante recordar la regla de oro: Disfrutar del proceso. Es lo único que importa.

martes, 14 de febrero de 2012

LA PUBLICIDAD

Hace unos días me fijé en un cartel de una farola que anunciaba un curso que me interesaba. Ello no tendría nada de especial, si no fuera porque inconscientemente he generado un mecanismo mental de protección que me blinda ante la publicidad.

Yo creo que la publicidad bien utilizada es necesaria y positiva. Al anunciante le permite mostrar su oferta, darse a conocer y ganar clientes. Al consumidor saber los productos y servicios que pueden satisfacer sus necesidades. Y al intermediario (TV, radio, prensa, revistas, páginas web) le genera una fuente de ingresos (en algunos casos es la única que tiene) que le permite obtener beneficios. Por tanto la publicidad es algo positivo.

Sin embargo, cuando se utiliza en exceso o de forma agresiva, el consumidor genera mecanismos de defensa para protegerse que cercenan la utilidad de dichos anuncios. (Me gusta como suena la palabra cercenar... sobretodo pronunciando arrastradas las Rs... "el campo de batalla estaba cubierto de miembros cerrrcenadossss"..."¿Qué hay hoy para cer..cenar?"... etc.). Unos ejemplos:

1) - Cuando los canales de TV cercenan una película con anuncios tienen la tendencia a subir el volumen de voz. El mecanismo de defensa es poner el "mute", silenciándolos totalmente. Con ello puedes conversar, descansar los oídos, meditar y es más fácil y rápido recuperar el volumen anterior.

2) - Cuando alguien me manda de vez en cuando un mail para anunciar cursos, conciertos, talleres, productos etc... miro si me interesa. Si me manda tres al día y me satura la bandeja de entrada intento darme de baja o genero una "regla" para que sus mensajes sean borrados automáticamente y no tenga que perder el tiempo limpiando spam.

3) - Un papelito en el buzón te lo puedes llegar a mirar. Un fajo de propaganda postal va directo al contenedor azul.

4) - El maravilloso mundo de los banners, pop-ups y pantallitas emergentes en el ordenador. Al principio generé una habilidad especial para cerrarlas a las décimas de segundo de su aparición. Ellas contraatacaron temblando o moviéndose por la pantalla para que no alcanzara la X de cerrar tan fácilmente, pero también gané destreza y puntería. La última táctica fue que la X o el "Cancelar" fueran controles falsos que actuaban como un "Aceptar" y generaban más propaganda todavía. Cuando llegan a nivel de agobio tengo un compromiso personal de no consumir ningún producto de aproximación hostil que me hayan molestado o interrumpido. Por tanto tampoco sirven de nada.

PD - El punto 4 es aplicable a un montón de mensajes del ordenador. ¿Alguien se ha leído alguna vez los términos de la Licencia de un producto que acepta al instalarlo? La mayoría de los mensajes son aceptados de forma automática, sin leer su contenido. Van tan rápido y aparecen tantos que se aceptan por inercia. "La página que está abriendo contiene tanto elementos seguros como no seguros ¿Desea mostrar los elementos no seguros?" - Deseo ver la página. "Se han encontrado actualizaciones de su análisis de orina ¿desea instalarlas?"

Bueno, este me ha quedado un poco flojo, pero lo publicaré igual...

miércoles, 8 de febrero de 2012

LOS ÁRBOLES

Año 1994. En aquella época yo tenía una curiosa afición. Hacía excursiones con mi perro a la montaña, y recogía semillas (mayoritariamente piñones y bellotas) que plantaba en macetas en mi casa. Los regaba y cuidaba con cariño, y cuando crecían un poco los trasplantaba a los bosques que se habían quemado. Desgraciadamente tenía mucho terreno donde escoger.

Iba haciendo un seguimiento, en especial en los veranos más calurosos, con garrafas de agua para regarlos a todos. Eso sí que era sudar.

La propia tarea era bastante dura por sí misma. Los plantaba cuando todavía hacía frío. Cargaba la maceta (normalmente generosa), una pala, agua (para mí, para el perro y para el árbol) i un bocadillo.

Cavaba un agujero muy profundo, más que el tamaño de la maceta. Luego lo volvía a tapar y plantaba el árbol encima. Así sus raíces encontrarían la tierra removida cuando crecieran, y el agua se filtraría mejor. Luego los rodeaba de pedruscos enormes, para identificarlos cuando la vegetación colindante creciera. Era casi un monumento megalítico.

Con el tiempo me convertí en un verdadero experto. Mejores semillas, mejores lugares, mejores épocas, mejor equipo y mejor forma física.

El primer verano era crítico. Muchos morían. Pero con el tiempo y la experiencia un buen número ya lo superaba con facilidad. Otros no conseguía recordar dónde estaban y los perdía para siempre. Un bosque quemado es un desierto, lo verde se ve a millas, pero cuando los matojos crecen el paisaje cambia totalmente y al cabo de unos años ya cuesta orientarse.

Diversificaba en lugares y en especies para garantizar la tasa de supervivencia. Había una norma básica. Lejos de caminos y lugares frecuentados por humanos. Ello me obligaba a sudar la gota gorda cargando los bultos campo a través, y dejaba los bajos de los pantalones tan manchados de la carbonilla de los arbustos quemados que la lavadora no podía con ellos. Es cierto que alguna vez me encontré algún árbol regado o con un palo para que creciera recto que no lo había puesto yo, pero prefería que estuvieran en lugares inaccesibles para evitar atentados. En una ocasión dejé uno la mar de majo al lado de un camino (porque mi espalda me lo indicó así), todo rodeado de piedras para que no lo pisaran y cuando volví otro día me encontré su cadáver incinerado al lado de una colilla de cigarrillo. Los arbustos de alrededor impecables. Sólo quemaron el árbol. Hoy hago yoga y meditación, tengo paz interior y siento amor por todos los seres vivos del Universo. Pero recuerdo que en aquel entonces me cagué en toda la familia del hijo de la grandísima puta que me quemó el bonsái.

Pero el peor enemigo era otro. Tenía algunos árboles que ya levantaban casi un metro del suelo. De los primeros que planté varios años atrás. Y debo reconocer que a esos les tenía un cariño especial. Otro incendio forestal devastó la misma zona por segunda vez y murieron todos pasto de las llamas. Entonces lo dejé.

Yo creo que los árboles son la cosa más sagrada que hay en el planeta. Los adoro. Los amo. Sí, yo soy de los freakies que abrazan árboles en el monte. En la intimidad incluso los beso. Y cuando hay un agujero en la altura adecuada... (¡Es broma!).  La verdad es que siento su energía y su vida. Me encanta verlos, fotografiarlos, estar junto a ellos. Son un ser que siempre imparte bondad (oxígeno, humedad, sombra, frutos, refugio, tempera el clima, evita la erosión) a cambio de nada. Sólo suman. Son puro amor. Me encanta cualquier especie, cualquier forma y en cualquier lugar. Me apena cuando los talan, los queman o los hacen sufrir porque creo que ellos sienten el dolor y el miedo, igual que el amor que incondicionalmente siempre nos dan.

Hoy tengo 10 macetas en casa. Tres de ellas ya están germinando. Creo que ha llegado la hora de recuperar las buenas aficiones del pasado.

martes, 7 de febrero de 2012

ORO

Hace unos días mi madre estaba ordenando un armario y encontró una vieja caja de cartón. Dentro había una cubertería de plata. Recordaba vagamente que una tía abuela suya se la había regalado décadas atrás. Era un trasto inútil, lleno de polvo, y se disponía a enterrarlo otra vez, pero en el último momento me preguntó si yo creía que nos podrían dar algo por ella. Le contesté que el precio de los metales nobles había subido mucho y que era un buen momento para vender.

Empecé a investigar y me percaté de que los establecimientos para comprar oro se habían multiplicado como setas. Las antiguas inmobiliarias se habían reconvertido al nuevo sector oportunista. Así que, después de filtrar en Internet, me puse la caja en la mochila y salí a la aventura. Entré en la primera tienda. Rasparon los cubiertos y rociaron el polvo con un líquido. Me dijeron que aquello no era plata, que era alpaca, y que me lo llevara, porque ellos sólo compraban oro y plata de alta calidad. Yo ni sabía lo que era la alpaca. Así que salí de allí, más frustrado por tener que volver a cargar en mi mochila el peso de aquella caja en el viaje de vuelta que por no haber sacado un dinerillo por ella.

Sin embargo, en la misma calle, justo cuatro casas a la derecha había otra tienda igual. Como no tenía nada que perder, entré en ella y se repitió la misma historia. El raspado, la alpaca y el "te lo puedes llevar porque no te pagamos nada por esto". Salí otra vez a la calle y justo delante había un tercer establecimiento análogo a los anteriores. Ya estaba allí, así que ¿por qué no perder unos minutos más? Raspado, mirada triste... pero esta vez la frase fue diferente... "esto no es plata, es alpaca... sólo te podemos pagar poco más de 1.000 euros...". Obvia decir que yo puse cara de "bueno, qué remedio, me conformaré con ello", solté la carga y agarré el dinero, para salir corriendo antes de que se dieran cuenta de lo poco que hubiera aceptado por aligerar de peso mi espalda.

¡Mil euros! Por un montón de chatarra inútil. Hay gente que se pasa un mes entero trabajando 8 horas diarias por menos dinero. ¿Cuánto me hubieran dado de ser plata buena? ¿Y oro? Siempre he pensado que el metal noble, los diamantes, las joyas... están sobrevalorados. No se pueden comer, son trastos inútiles, no sirven para nada. No tienen ningún valor por ellos mismos. De acuerdo que no se deterioran, que el diamante es el material más duro de la tierra, y su extracción es costosa y a veces éticamente cuestionable, pero su valor es artificial. Sirven para adornar. Y yo personalmente valoro la belleza de la mujer en su naturalidad, no me gustan ni maquilladas, ni enjoyadas ni manipuladas con bótox o cirugía. Cuanto más naturales mejor. Uñas cortas y sin pintar. Ni brillo. Por eso nunca he entendido el elevado precio de los simples adornos.

Ahora encima, hay una burbuja. Como la hubo en la bolsa o en la vivienda. Y las burbujas se pinchan. Los inversores no confían en las divisas, el mercado inmobiliario ya no es líquido, la bolsa no remonta, las ludopatías financieras se desenmascaran y la renta fija y la deuda pública ya no son tan seguras. Por tanto otorgan su confianza al oro. Y el oro no vale nada. Es pura convención. El petróleo sirve para fabricar gasolina con la que desplazarse (y un montón de cosas más), el agua potable se puede beber, en los terrenos se puede edificar o cultivar, la ropa abriga, las casas te cobijan, los coches te llevan a los sitios... pero las joyas, los lingotes, los diamantes... no sirven para nada.

Tengo un amigo numismático (todos tenemos uno). Me comenta que hay gente que colecciona monedas (cosa que ya sospechaba). Algunas son de oro, con una antigüedad de cientos de años y un valor histórico y cultural elevadísimo. Pues se están vendiendo esas monedas a peso para fundirlas, porque es más caro su valor como metal que como pieza de coleccionismo. Es como vender el David de Miguel Ángel a peso porque el precio del mármol ha subido tanto que es más rentable trocearlo para hacer baldosas de lavabo que venderlo a un museo. Al final el coleccionista (o sus herederos) venden al mejor postor, el intermediario es oportunista de burbuja y no las reconoce ni valora y el destinatario final se conforma con un lingote para almacenar o hacer otra joya. "Sólo" pierde el patrimonio cultural de la humanidad. Que no es poco. Bueno..., tampoco seré yo el que compre esas monedas para salvarlas, y menos ahora.

Moraleja: si tienes joyas, oro, cuberterías u otra chatarra y te quieres desprender de ello aprovecha ahora. Muchos desearían haber vendido inmuebles o acciones antes del pinchazo de sus respectivos mercados.

jueves, 2 de febrero de 2012

EL BARRENDERO

Hoy he visto un barrendero. Con su uniforme amarillo reflectante, su escoba y su capazo. Barría la calle con paciencia y pulcritud. Lenta pero concienzudamente. Concentrado. Silencioso. Meditativo.

En principio esto no tendría nada de excepcional. Pero hacía tiempo que no veía uno así. Normalmente van a pares, seguidos de una máquina infernal con dos cepillos giratorios que hace un ruido estremecedor. Supongo que las inventaron para ser más eficientes, para amortizar puestos de trabajo y para barrer más zona en menos tiempo. El barrendero que he visto hoy no contaminaba, no hacía ruido y probablemente sea más lento e ineficiente que esas máquinas, pero yo podía pasar cerca de él sin tener que taparme los oídos y acelerar el paso. No era hostil. No hacía ruido. No estresaba.

Personalmente prefiero que la calle se barra así. Tal vez estará más sucia. Tal vez se tarde más. Pero prefiero pisar hojas caídas que volver a escuchar el estruendo del maldito "cepillos rotatorios". Hablo de hojas porque el resto de porquería entiendo que es cada ciudadano el que debe evitar generarla y arrojarla al suelo. En un mundo ideal, claro. Probablemente comprar y mantener estos trastos y la gasolina que consumen sea más barato que el sueldo de los barrenderos. Pero el coste económico no siempre debe priorizarse, delante de los puestos de trabajo, el beneficio medioambiental y la tranquilidad de los vecinos.


TITULITIS

Yo soy de los que estudiaron una carrera universitaria y un master más para la obtención de un título que me abriera las puertas del mercado laboral que porque estuviera realmente interesado en el contenido de las asignaturas. 

Por supuesto, una vez encontré trabajo, tuve que aprenderlo todo de nuevo, dado que lo que me enseñaron en la facultad no era aplicable en el mundo laboral. Pero ya estaba dentro.

En mis años estudiantiles perdí bastante tiempo en aprender materia absolutamente inútil que nunca he usado y que ya hace tiempo que mi cerebro se encargó de borrar. Pero en ese momento (y todavía ahora) se valoraba a las personas así, y esos diplomas hicieron su función permitiéndome acceder a un empleo.

Hoy ya no sirven. La gente se queja de que tienen 3 carreras, 20 masters y 6 idiomas y no encuentran trabajo. Desde mi experiencia creo que el enfoque es equivocado.

Ahora estudio sólo lo que me interesa. Lo que me apetece. Y busco un conocimiento, no un título homologado. Soy selectivo porque los contenidos de relleno aprendidos sin interés no se retienen y por tanto aportan poco. Con algún profesor particular, leyendo, escuchando grabaciones, navegando en Internet, estoy formándome más intensamente que nunca, tanto a nivel académico como humano. Filtrar lo irrelevante hace que aprenda con mucha más efectividad que con la enseñanza reglada. Pero claro, eso no da títulos. Y sin títulos las puertas están cerradas.

Está nevando... 

miércoles, 1 de febrero de 2012

LA CODICIA

Cuando pensamos en codicia, nos vienen a la mente nombres como Luís Roldán, Iñaqui Urdangarín, Félix Millet, Francisco Camps, Mario Conde, Ruiz Mateos y toda una fauna corrupta (o presuntamente) de escoria humana inmunda que justifican cualquier medio a su alcance para acumular más riqueza. Gente que con un patrimonio más que suficiente para vivir cómodamente el resto de sus días sufren de una avaricia sin límite que les induce a la enfermiza ansia de desear todavía más.

Otros casos no son tan flagrantes, mayoritariamente legales, pero con la misma patología. Políticos que se asignan sueldos y beneficios espectaculares subvencionados por el contribuyente. Dentro de la ley pero fuera de la ética. Todos enfermos de codicia.

Todos estos casos son detestables, pero hoy quiero ir más allá. El ciudadano de a pie. No entraré en el que se endeudó en exceso para comprarse un piso, un coche o unas vacaciones por encima de sus posibilidades. Hoy quiero hablar de la codicia sutil del día a día. La que todos en mayor o menor medida padecemos. La cultura en la que nos hemos criado y de la que nos hemos empapado desde pequeños, en la que el dinero es lo más importante y el precio es el primer (y a veces único) criterio para tomar una decisión.

Unos ejemplos:

- Invertimos nuestros ahorros al mejor postor. Al que da mejor tipo de interés. Existe una banca ética y sostenible (léase Triodos Bank), que remunera menos el capital pero lo invierte con conciencia. Pero preferimos trabajar con el que pague más. Con el más cómodo. Nos da igual si invierte en armamento, si contribuye a la crisis económica o si sus proyectos degradan el Medio Ambiente. Que pague el máximo.

- Compramos los productos más baratos. Da igual que se produzcan con mano de obra esclavizada (reconocidamente o no), que su transporte desde la otra punta del mundo tenga un impacto medioambiental nefasto, que vaya en detrimento del empleo local, que su calidad y salubridad sean cuestionables, que deban madurar químicamente en los barcos (en caso de alimentos), que no se respeten los derechos humanos ni el medio ambiente en su país de origen, que enriquezcan a los directivos y accionistas de grandes corporaciones multinacionales en contra de las iniciativas locales. Precio, precio y precio. Siempre precio. Yo no estoy a favor de los aranceles, estoy a favor de la conciencia.

- Preferimos bajarnos contenidos gratis de Internet en lugar de pagar una cantidad simbólica para remunerar el derecho del autor (o de los intermediarios necesarios). Si la cultura es gratis, los que se dedican a ella deberán simultanear su arte con otro empleo para subsistir. Ello les quitará tiempo para su talento y el empobrecimiento cultural nos perjudicará a todos. Y no, no defiendo a la SGAE, ni su canon digital que castiga la potencialidad del delito (no el delito en sí) ni sus actividades mafiosillas o extorsionadoras, pero tampoco la descarga pirata libre de Internet. De nuevo apelo a la conciencia.

- Preferimos prostituirnos en empleos bien pagados (o seguros y preferentemente públicos) a hacer lo que realmente nos sale del corazón. Conseguir el máximo de dinero es la prioridad. Ser ricos. Este punto es controvertido, porque hay mucha gente en el paro o explotados por una miseria. Hoy hablo de los otros, los antiguos, que también hay un montón. Y cuidado, no nos confundamos. Que un trabajo te guste, que desarrolles tu talento, que te apasione lo que haces no está reñido con tener un buen sueldo. Debes valorar tu trabajo asignándole un buen precio. No es necesario cobrar menos a cambio de hacer lo que te gusta. A lo que me refiero es a no venderse exclusivamente por un sueldo o una seguridad. Existe vida más allá del dinero.

- El maravilloso mundo de la Segunda Mano. Da para un artículo entero. Conozco gente que le da asco comprarse ropa de segunda mano. ¡Está lavada! ¿Cómo lo hacen con el colchón o las sábanas de un hotel? Allí se ha copulado... Creo que la segunda mano (eBay, Cash Converters, Amazon,...) es el futuro. Te deshaces de trastos que tirarías a cambio de dinero. Compras cosas más baratas. Un intermediario da empleo. Se reduce el consumismo ciego. Y lo más importante de todo: algo que iría al vertedero a contaminar se reutiliza.

Yo soy optimista. Hace tiempo que se está produciendo un cambio de consciencia y que estamos pasando de la cultura del tener a la cultura del ser. De acumular objetos a nutrirnos de conocimiento y experiencias. La cultura del alquiler (no hablo sólo de viviendas: compartir coches, herramientas, objetos...) está sustituyendo lentamente el poseer o el usar y tirar. La consciencia y la ética avanzan sin parar, y la basura corrupta que últimamente salpica los medios de comunicación no es una tendencia al alza. Han existido siempre pero ahora son identificados y desenmascarados. Y probablemente haya menos. Yo creo que vamos bien.