martes, 17 de enero de 2012

LECCIONES PERRAS

Tren de Cercanías. Entra un chico con un perro. Se acomoda en uno de los asientos abatibles de la entrada. El chucho, es pequeñajo, de raza indeterminable y con cara de bonachón. Se acurruca en silencio a los pies de su amo. No se mueve. No molesta. No habla por el móvil a grito pelado. No se escucha la música de sus auriculares a 10 metros de distancia. No apoya los pies en el asiento delantero. No ocupa 3 asientos con sus bolsas. No habla fuerte. No le apesta el sobaco a podredumbre ni el aliento a tabaco. No se cuesca. No toca un instrumento a todo volumen. No pide nada... de acuerdo, lo reconozco, no ha pagado el billete, pero tampoco ha decidido estar allí.

En una estación se abren las puertas. Un chico se dispone a salir. En el último momento le da una patada al animal y grita "-¡¡Puto perro!!". Se baja y camina por el andén refunfuñando palabras ya incomprensibles. El dueño se levanta, saca la cabeza al exterior y replica con ira "-Tío, ¿de qué vas?" y se vuelve a sentar resoplando enfurecido. Se cierran las puertas. El tren arranca. Yo les observo.

El agresor sigue en la estación gritando y gesticulando con furia. Está indignado. Interpreto que le ha molestado que un ser al que considera inferior se haya atrevido a mancillar su espacio vital. Su novia (llamémosla así) intenta calmarlo con poco éxito. Empezar a hacer conjeturas sobre si está traumatizado porque le mordió un perro cuando era pequeño es tan estéril como inventarse que la chica que caminaba a su lado era su novia.

El dueño del perro sigue indignado. Respira agitadamente. Las venas marcadas en su rostro enrojecido permiten intuir que el hecho le ha afectado. Han agredido a su perro, y lo que es peor, delante de otras personas. Gente que le mira de soslayo y que deben estar juzgándole en silencio. Probablemente piensa que le darán la razón, la verdad es que la agresión es gratuita e injustificada, pero es el centro de atención y se nota que eso claramente le incomoda.

El perro está acurrucado al lado de su amo recibiendo las caricias entre las orejas que probablemente tanto adora. Saca la lengua pausadamente en lo que parece una sonrisa. Mueve la cola con calma y se le ve relajado y feliz. Es cierto que por un momento se ha sobresaltado, no esperaba la patada y siempre se incomodan cuando los humanos expresan violencia, en especial si uno de ellos es su dueño, pero ha sido todo tan rápido que parece haberlo olvidado. Pertenece al pasado. No lo ha entendido, pero el presente, el ahora, son las reconfortantes caricias de su amo. Esto es lo único que importa. No guarda rencor al anónimo viajero amargado. Le da igual ser el centro de atención. Le da igual que los humanos le estén mirando. Sólo disfruta con intensidad cada una de las caricias que le brindan. No necesita nada más. Lo otro ya pasó y nada puede hacer para cambiarlo.

Me hace gracia el contraste entre la exaltación del amo y la relajación del perro (que al final es el que ha recibido la agresión). Considero que los animales son unos grandes maestros, y que podemos aprender muchísimo de ellos.

Me bajo del tren en mi parada. Miro al perro de soslayo (me ha gustado esta palabra) y le doy las gracias en silencio por la lección.

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